Lectores Sinmaníacos:
Para mi ha sido un placer poderles compartir este relato.
Del mismo modo, también ha resultado encantador conocer el trabajo de su autor, Ciriaco, quien tuvo a bien enviarnos esta historia que, dividida en cuatro partes, como si fueran las cuatro estaciones del año, refleja los ciclos por los que pasa una relación del tipo 'quiero pero no puedo', en la que queda bien claro que el amor y el odio no son más que caras distintas de una misma moneda.
Y pese al tamaño inaudito y descomunal de cierto pene -¿que fue antes, el pene o el hombre que lo calza y lo lleva entre sus piernas?- los equívocos, y las suposiciones de su protagonista le llevaran, para bien o para mal, a cumplir con su destino, ya sea sexual o amoroso, o ambas cosas a la vez.
Gracias Ciriaco por tu relato, y gracias por enviarlo y confiar en SinManías.blogspot para publicarlo.
Te estamos muy agradecidos. Y Pérez Hilton seguro que también. Besos.
Podéis/Pueden enviar vuestros/sus relatos a:
umbral_1@yahoo.es
Watchingyou.
CUANDO MI TÍA SE QUEDÓ EMBARAZADA.
El día que mi tía nos anunció que estaba embarazada, estábamos almorzando. Éramos seis los sentados a la mesa, y la reacción no pudo ser más variopinta. Mi madre gritó de felicidad, mi padre sonrió con beatitud, mi hermana nos fue mirando uno a uno con concentración de estudiante; yo bajé la mirada al plato, porque el matrimonio de mi tía no me acababa de convencer; mi nuevo tío, Esteban, sonrió con esplendidez pero advertí que una sombra pasaba sobre sus ojos, sombra que los demás no advirtieron. Desde el día que mi tía y él se enamoraron, conmigo presente, Esteban había sido para mí una fuente constante de preocupación. Me había corrompido con malas artes para que lo penetrara, otro día me llevó a conocer a su hermano y acabamos los tres inmersos en una doble penetración a Esteban, lo que me perturbó e inquietó durante varios días. Sin embargo, me hice amigo del hermano, llamado Ramón, a quien confesé que las constantes alusiones de Esteban a lo sensacional que es sentir un orgasmo mientras te penetran me causaban inquietud. Y me la siguen causando. Dado que tengo la intención de pasar una temporada en Londres o Bournemouth, Ramón se ofreció muchas veces a que yo experimentara ese placer mientras él me penetraba. Aunque Ramón dice ser plenamente heterosexual, ha mantenido contactos sexuales con su hermano desde la adolescencia, aunque asegura no hacerlo con otros hombres, pero que haría la excepción conmigo.A pesar de que Estaban no acaba de simpatizarme, me causa mucha curiosidad sus frecuentes alusiones al intenso placer de correrse mientras se es penetrado. Me lo dice sólo a mí y nunca en la casa, pero estando frente a él no consigo olvidar los estremecimientos que me producen sus descripcionesTras el anuncio del embarazo y las felicitaciones, seguimos el almuerzo en silencio. Como Esteban me cae mal desde que lo conocí, no puedo evitar sospechar que las cosas no pueden ir perpetuamente bien entre él y mi tía. Pero a causa de las reclamaciones de mi tía y los reproches de mis padres, me veo obligado a fingir no sentir rechazo por Esteban. El me dice siempre, desde el principio, que está enamorado de mí y que mi tía y yo tenemos que compartirlo, declaración que fortalece mi antipatía por él.
Mi tía nos anunció el embarazo en mayo, casi un mes antes de comenzar mis vacaciones en la universidad. Como el proyecto de pasar el siguiente curso en otro país continuaba más o menos firme, afronté el verano de modo diferente al habitual. No viajé a la costa para largos fines de semana, sólo iba a la piscina un par de veces por semana y pasaba muchas horas en mi habitación, repasando lo aprendido el último curso y tratando de mejorar mi inglés. Ramón me llamaba un par de veces por día invitándome a salir por la noche o merendar juntos, pero me parecía obvio que lo hacía a petición de su hermano y seguramente por ruegos de mi madre, que me decía casi a diario que no era sano que pasara el verano de ese modo. Tras la primera semana de agosto, la barriga de mi tía comenzó a hacerse algo notable. A pesar del calor, seguíamos comiendo todos juntos, muy formalmente, con el aire acondicionado a tope. Un día, estábamos tomando porras antequeranas antes de que mi madre sirviera el pescadito frito a la malagueña, cuando dijo Esteban:
-Mis padres me han prestado la finca de Toledo por dos o tres semanas. Podríamos ir todos y pasar una quincena allí.
-¿Es el coto del que siempre hablas? –preguntó mi padre muy interesado.
-Sí –dijo Esteban, ufano.
-Es buena idea –afirmó mi padre.
-Pero yo tengo que ir al tocólogo el día 14 –opuso mi tía.
-Pues entonces nos quedaremos aquí para salir el día 15 –proclamó mi madre.
Noté en la expresión de mi padre su deseo de señalar otra posibilidad, porque es muy aficionado a la caza, pero pareció un deseo fugaz, porque en seguida asintió en dirección a mi madre. Jamás la contradecía.
-Podríamos anticiparnos Pablo y yo –dijo Esteban-. Así lo prepararíamos todo para cuando vosotros lleguéis.
-Buena idea –afirmó mi madre, que así me obligaba a salir del retiro de mi habitación.
Sentí que mis hombros se hundían con voluntad de hacerme desaparecer. La idea de pasar una semana a solas con Esteban, en una finca en mitad de ninguna parte, me descomponía. Mas sabía que el intento de negarme sería inútil. Mi madre no perdía ninguna batalla jamás.
El proyecto era viajar al día siguiente por la tarde, cuando empezara a refrescar. Mi humor era tan negro, que llamé a Ramón y lo cité. Nos encontramos en la cafetería de siempre. Curiosamente, vestía de modo tan ajeno a sus costumbres, que me encontré comparándolo de nuevo con su hermano, lo que me desagradó. Llevaba pantalones cortos indiscretos y una camiseta elástica que me había parecido ver usar a Esteban. Notando mi extrañeza, dijo:
-Me estás mirando como si fueras una monja –bromeó.
-Es que hoy parece que imitaras a Esteban.
-Eso quisiera yo. Pero no tengo la misma materia prima… Bueno, genéticamente sí que tenemos la misma materia prima, como es natural. Pero tú sabes de sobra que somos distintos…
-Sí pero no –protesté-. Tú eres igual de bien hecho, pero más atractivo.
-¡Qué va! Mi hermano es un fuera de serie. Aunque no te simpatice, no puedes volverte ciego.
-Me ha hecho una faena. Ha invitado a mi familia a pasar dos semanas en vuestra finca de Toledo, pero como mi tía tiene que esperar una cita con el tocólogo, todos han decidió que él y yo nos adelantemos para preparar las cosas. Bueno, la verdad es que lo ha decidido mi madre.
-Pues estupendo para ti. Allí te lo pasarás muy bien. Tenemos una piscina muy grande y una bodeguita propia, y estaban instalando un jacuzzi, aunque yo no lo he visto todavía. Y para colmo, el coto. Y, mira, Pablo, aunque me has dicho muchas veces que Esteban te cae mal, creo que eres injusto.
-Te ciega la pasión de hermano.
-No, hombre. Soy lo bastante mayor y suficientemente culto para dominar mis pasiones, incluida la de hermano. Y sé lo bastante de la vida para asegurar que Esteban es uno de los hombres más atractivos del mundo.
-¡Qué exagerado!
-Que no, hombre, que no es exageración. ¿Cuántos has visto con su figura? Yo considero que es perfecto. Hasta lo decían nuestras profesoras, cuando todavía era un adolescente y yo un niño. Y luego, como sabes, está lo de su polla.
-Es imposible no darse cuenta. Cuando lo conocí, fue en lo primero que tuve que fijarme, porque tal como se le señalaba, dejaba muy poco a la imaginación.
-Date cuenta de que no es porque él quiera exhibirse. Bueno, un poco sí. Pero tú has visto el tamaño que tiene. Cuando me la midió, después nos comparamos, y me superaba lo menos por cuatro dedos.
-Más de seis centímetros. O sea, que él anda por los veintiocho.
-Quizá. Pero como sabes, lo insólito no es la longitud, sino el grosor en la base, que ni una mano grande de hombre podría abarcar. . Aquel día, probé con mi mano y no consegui rodearla del todo junto al pubis. La forma del pene de Esteban no se parece a nada que yo haya visto ni en las pelis porno ni en revistas. Y no lo digo yo solo; por nuestras amistades, sé que las que se han acostado con él lo comentan. En cuanto se le alborota aunque sea solo un poquito, se le nota a rabiar. Pero tienes que darte cuenta de que es buena persona, no es chulo ni presumido aunque lo parezca porque le sobra de todo y como todo el mundo se le insinúa…. A ti te dijo que te quería en cuanto te conoció, pero ya hace cerca de un año, y sigue diciéndolo. Él no es un obseso del sexo con hombres, como sabes muy bien, por eso sobrelleva más o menos bien que tú le des calabazas a todas horas. Pero no desprecies su invitación a la finca. Te vas a divertir.
-Pero será en compañía de tu hermano, que digas lo que digas…. Además, de cazar ni mentarlo.
-Pues llévate el ordenador y los libros. Estudia, y por la noche, emborráchate. Nuestro vino es muy bueno, aunque producimos poco. Además, él habla bien inglés, pues tuvo que perfeccionarlo por acompañar a los nadadores en las competiciones internacionales. Te ayudará también con eso, si insistes en irte el próximo curso.
-Pero es que en cuanto lleguemos, me trajinará para que me lo folle.
-¿Y qué más te da? No seas tan desatento con él. Él te adora, y si no tiene al lado una mujer para follársela, le encanta masturbarse mientras lo penetran, lo sabes bien. No le niegues el gusto, que lo harías sufrir.
Me estaba quedando sin argumentos. Por muy amigo mío que ya fuera, Ramón no podía disimular la intensidad del cariño por su hermano.
-¿Por qué no te vienes tú también a la finca? –pregunté.
-Ojalá. Pero tengo diez o doce días por delante agotadores, entre preparar el próximo curso y el trabajo. Nadie trabaja en agosto, pero a mí me obligan a hacer el doble por todos los demás compañeros. Tal vez vaya un día, pero sería casi al final de vuestras vacaciones o cuando ya hayáis regresado.
-¡Qué lástima! Porque quisiera que tú…
-Vaya. ¿Por fin te has decidido y quieres aceptar mi propuesta de penetrarte, para que lo pruebes?
-No… me refiero a lo bien que lo pasamos charlando, que se nos van las horas sin darnos cuenta.
-Tenemos tiempo hasta que te vayas fuera, si es que lo mantienes.
Ramón hablaba siempre de mi viaje en condicional. Daba la impresión de que no quería que me fuera, pero era demasiado discreto para decirlo.
-Ya veremos –repuse, porque Ramón me hacía dudar. No conseguía imaginarme en un país extranjero sin pasar charlando amenamente con Ramón tantas horas. Si me iba, lo echaría muchísimo de menos. .
Nos besamos al despedirnos, porque era un adiós para unas tres semanas.
Esa noche recordé con ternura el beso de Ramón, al adormecerme. Después, tuve un sueño que sólo recordé parcialmente al despertar. Ramón trataba de convencerme de que me dejara penetrar, usando argumentos a cual más inverosímil, pero echábamos a andar y la memoria de mi sueño desparecía a partir de ese momento. Pero la humedad de mis calzoncillos y la mancha en la sábana eran perturbadoras.
La tarde del día siguiente, la comida se me indigestó. Pensar en que después de las siete tendría que viajar a Toledo junto a Esteban me descomponía. Para defraudarlo si, nada más llegar a la finca, él intentaba que lo penetrase, me masturbé cuatro veces esa tarde, con el estómago revuelto, para evitar tener una erección esa noche. Preparé una mochila con algo de ropa, sobre todo de baño, y relajado como estaba después de cuatro orgasmos y los sudores correspondientes, me quedé dormido. Me despertó un beso en los ojos. Recordé fugazmente que había soñado lo mismo que la noche anterior pero… quien argumentó con razonamientos muy absurdos era Esteban, lo que era aun más absurdo. Todavía con el estremecimiento del sueño imposible agitándome los hombros y la espalda, me pasé la mano por los párpados pretendiendo borrar el beso.
-He tenido que venir a despertarte –dijo Esteban-, porque no respondías nuestras llamadas. Yo tengo ya todo preparado y el coche dispuesto.
-Pues vamos –repuse-, porque este es todo el equipaje que llevo.
-¿Nada más? Piensa que alguna noche, iremos a las fiestas de un pueblo que hay cerca.
-Con lo que llevo me basta. Vamos.
El coche seguía igual de polvoriento. No recordaba haber visto jamás ese Clío limpio. Como el primer día que me llevó a la piscina del centro de alto rendimiento, Esteban vestía el mismo pantaloncito deshilachado que al sentarse, abultaba estrepitosamente. Ya hacía meses que no se recataba de moverse por nuestra casa con esa clase de indumentaria. Tal vez no era consciente de que mi hermana ni siquiera había llegado a la adolescencia, y mi hermano era sólo un niño. Esteban carecía por completo de pudor; a veces lo sorprendíamos yendo al baño desde su piso con una erección de caballo, sin que nunca pareciera turbarse, jamás trataba de recatarse y, además, era frecuente que anduviera por los pasillos o bajase a cocina con el pecho desnudo Yo no acababa de acostumbrarme a sus exhibiciones indecentes, y solía dedicarle gestos de reproches, pero él, ni caso. Ahora, bajo el sol crudo de agosto que entraba a raudales por el parabrisas aunque comenzaba a atardecer, el abultamiento resultaba agresivo e inmoral.
-No pongas esa cara, hombre –bromeó Esteban- Yo tengo lo que tengo y no puedo disimularlo.
-Tú tienes lo que tienes… y te gusta que todos lo sepan.
-Que no, Pablo. Te equivocas. No `puedo disimular nada.
-Pero te pones un pantaloncito que es una declaración de guerra.
-Ah. No, Pablo. Este pantaloncito lo corté de un vaquero muy viejo, que tiene un gran significado para mí. Es como un fetiche. Lo usaba mi padre de joven, y cuando me lo regaló, me pareció que me ascendía a teniente coronel de la familia. Lo conservo desde los… quince años. Calcula. Dieciocho años y todavía resiste.
-Resistir no resiste mucho…
-Es verdad –Esteban sonrió-. La tela está muy desgastada y ya no da para muchos trotes. Pero digas lo que digas, cuando hace calor no puedo conducir si no es con este pantaloncito… o desnudo.
Ya lo sabía. La segunda vez que vino a buscarme para que lo acompañase a la piscina, iba con un tanga con el culo descubierto, y tuvo que cubrirse con una toalla cuando llegamos al centro de alto rendimiento.
-Si te soy sincero –añadió Esteban-, conociéndote tus remilgos, he estado dudando si ponerme otra cosa más discreta para satisfacerte, pero la verdad es que no me siento obligado a disimular nada. Yo soy como soy, Pablo. Ya sé que no acabo de gustarte, pero yo estoy cada día más enamorado de ti.
-Porque te doy calabazas. Está claro. Si me rindiera a tu… encanto, te aburrirías.
-Que te crees tú eso. Aparte de mi hermano, yo no he querido nunca a un hombre como te quiero a ti, y sabes muy bien que no es de ahora mismo. Te quiero hace más de un año, y me las haces pasar canutas.
Me sonrojé, lo que me hizo enojar conmigo mismo. No soy lo bastante maduro para desentrañar esa clase de sentimientos, pero Ramón me ha dicho varias veces que mi cariño hacia él contiene algo del deslumbramiento por su hermano. O sea, sugiere que aunque me niegue los quiero a los dos, lo cual es impensable para mí. Como si escuchara mi pensamiento y hubiera decidido cabrearme, Esteban comenzó a masturbarse.
-¿Tan pronto empiezas a ponerle los cuernos a mi tía?
-Yo no traiciono a Marta. Jamás lo he hecho ni lo haré. Mi polla sólo es para ella, y hasta los maridos más fieles se masturban. Lo sabes muy bien. ¿Alguna vez te he pedido algo más que penetrarme?
Era verdad. Ni siquiera me había hecho nunca cualquier gesto de incitación con sus genitales. Me había provocado mucho, sí, pero sólo con los glúteos, que los meneaba como Marilyn Monroe cuando iba delante de mí. Los razonamientos de Esteban eran insondables, y a mí me causaban enorme desconcierto.
-Mira, Esteban…
-¿Cuándo me vas a llamar tío de una puta vez?
-Nunca. Tú te olvidas de que todavía no he cumplido los veinte. Yo no soy un tipo casi maduro, como tú, y todavía hay demasiadas cosas que me perturban y me causan dudas, y mucho nerviosismo.
-Porque quieres. Si no pusieras tus prejuicios siempre por delante, ya habrías aprendido que tu cuerpo tiene posibilidades sin límite. Yo siempre he querido enseñarte, pero no te dejas. Si tienes dudas, es porque permites que los convencionalismos te condicionen. Ramón me cuenta algunas cosas que habláis, y siempre me sorprende.
-¿Ramón te cuenta lo que hablamos?
-Sólo algunas cosas sobre… sexo. Vaya, ya voy a correrme, sólo de imaginar tu polla en mi interior. Ojalá… Oh, ya voy… joder, qué gusto, macho; lo que puede la imaginación. Tienes en tu mano hacerme el hombre más completo y feliz del mundo, y me lo estás negando hace un año. Cuando pase el tiempo, es posible que te arrepientas.
Yo mismo había tenido la tentación de decirme eso algunas veces. Esteban sacudía fuera la mano llena de semen, con la abundancia que ya conocía. No podía creerme sus arranques de romanticismo y devoción, mientras lo veía haciendo guarrerías. En ese momento, anoté mentalmente no tocar su mano izquierda cuando llegásemos, hasta que no se hubiera bañado.
Tal como había previsto esa tarde con las cuatro masturbaciones, llegué a la finca con deseos de dormir. Tras descargar nuestro equipaje y las cosas que mi madre había ordenado que llevásemos, Esteban descolgó un jamón y un embutido parecido al salchichón. Comimos algo pero bebimos mucho, porque, en efecto, el vino de su bodega era excelente. Pero a mí se me cerraban ya los ojos.
-¿Vamos a la piscina? .preguntó Esteban
Empezaba su táctica de seducción.
-Estoy cagándome de sueño –aduje- Me voy a la cama. ¿Cuál es?
Me guió a a la habitación. La casa era sorprendentemente lujosa; no había supuesto que la familia de Esteban y Ramón tuviera tanto dinero. A la mañana siguiente, me enteré de que tenían tres caballos. Yo no había montado nunca, pero Esteban me explicó algunas nociones y me obligó a subir a uno, lo que hice con mucha prevención.
-Este es el más dócil. No te preocupes. Iréis tras de mí y él imitará lo que haga el mío. No lo pondré nunca a galope, porque no tienes experiencia, pero cuando el tuyo se ponga a trotar, afirma bien los muslos y no sueltes las bridas para nada, pero no trates de guiarlo. Déjalo ir. Verás que es estupendo.
Tan sólo un par de centenares de metros más adelante, dijo Esteban:
-No lo estás haciendo bien. Tira un poco de las bridas- dijo parando el suyo.
Pareció que mi caballo entendiera lo que Esteban decía, pues creo que se detuvo antes de que yo lo frenase. Esteban se apeó y ató la guía de su caballo a la grupa del mío. Con su conocida agilidad de contorsionista, lo vi apoyarse en el estribo izquierdo casi pisándome, y auparse. Se sentó delante de mí, quedando ambos apretujados en la estrechez de la silla. En seguida, apretó su culo contra mí. Como si no ocurriera nada especial, dijo:
-Observa cómo domino al caballo. Así, acelera y así, gira. Hay que manejar la brida suavemente, o de lo contrario el animal se sobresalta. Cuando quieras que recorte, tira un poco, pero si quieres que galope, afloja completamente,
arréalo flojo con los pies y aprieta fuerte las rodillas. Siempre, con suavidad, aunque tendrías que aprender primero. Nuestros tres caballos están bien enseñados por lo que tienes nada que temer de ellos, pero son muy sensibles.
Mientras hablaba, aumentaba la presión sobre mis genitales y empujaba intermitentemente sus redondos y prominentes glúteos, con un claro movimiento de vaivén como si pretendiera escenificar un coito, al tiempo que intentaba forzar mis manos a abrazarle para apretarse más aun contra mí, lo que rehusé porque, al aproximar mis puños sobre sus abdominales, noté el relieve indisimulable de su erección, un impresionante bulto tubular semejante al vaso de una batidora que se hubiera introducido bajo la ropa sujeto con el cinturón. Seguía pareciéndome un órgano fuera de toda lógica y comparación, indescriptible, seguramente no existía otro igual en el mundo. No aparté las manos por prevención o repugnancia o, sino porque recordé que a él casi no le gustaba ser tocado aunque le apasionase tanto que le penetrasen. Yo trataba esforzadamente de evitar mi erección, pero se produjo y de modo muy apremiante, muy turbador Sentía la pulsación del caudaloso río de sangre recorriendo mi pene erecto a pesar de mi voluntad; daba la sensación de que iba a eyacular sin poder evitarlo. En cuanto se dio cuenta, dijo:-No vayas a correrte todavía. Deseo ansiosamente que me la metas. Acortemos el paseo, y vamos al jacuzzi.
Con la erección, igual que si respondiera a un reflejo condicionado, surgió en mi pecho el deseo. Esteban era como una enfermedad que uno no puede evitar. Tanto se aflojó mi voluntad, que me dejé llevar sin protesta, como si me hubiera hipnotizado. Volvimos pronto a la casa. Con evidente precipitación, Esteban amarró los dos caballos a una reja, sin desensillarlos ni llevarlos a las caballerizas, murmuró junto a las orejas del que había montado algo así como “volveré pronto”. Me tomó de la mano y tuve que correr jalado por él. El jacuzzi estaba junto a la piscina, que me pareció enorme. Por el camino, él se había desprendido de toda la ropa y junto al jacuzzi, me quitó la mía.
-Ven cariño. Esto no lo vas a olvidar.
Ni siquiera me quejé porque me llamase “cariño”. Al recordarlo, me cuesta creer mi comportamiento de esa noche.
Él bajó al agua del pequeño recinto circular, puso el mecanismo en marcha y volvió a agarrar mi mano para obligarme a bajar también. Se sentó en el borde, con el culo sobre los mazaríes que rodeaban la piscina al tiempo que alzaba y flexionaba las piernas, ofreciéndome una visión completa de su perineo, y a mí me obligó a situarme encima del asiento circular, atrayéndome fuertemente para que lo penetrara. Él movió las caderas, balanceó un poco los muslos y fue forzando el ano hacia mi polla. En ese momento, volvió mi cordura:
-Sin condón, ni lo sueñes.
Sin inmutarse, Esteban tanteó con la mano izquierda siguiendo el perímetro del plástico. En pocos segundos, había un condón en su mano. Comprendí que lo había previsto todo. Una clase desconocida de encantamiento me estaba empujando. Desgarró la funda con ambas manos en mi espalda con habilidad sorprendente. Él mismo me colocó el condón y realizó todos los movimientos y acomodos necesarios para que mi pene entrase en él.
Supongo que mi mente funciona a dos velocidades. Allí, de pie sobre el asiento de plástico sumergidas mis piernas hasta medio muslo en el agua borbolleante, dejé pronto de pensar en cualquier cosa que no fuera la cálida y ajustada prisión del interior de Esteban. De hecho, no pensaba más que en el placer que no demoraría mucho en convulsionarme. Pero algo me distrajo. Sentí que dos manos me acariciaban los pezones y miré hacia abajo, para comprender que no podían ser las de Esteban, puesto que me abrazaba fuertemente, tratando de que la penetración profundizase más aun. Casi sin darme tiempo a considerar las opciones, sentí que un pene erecto intentaba abrirse paso en mi ano, lo que me aterrorizó. Todavía sin aclararse mi pensamiento, oí que Esteban decía:
-Para un poco, Ramón, que se le está aflojando.
En efecto, aunque todavía no había entrado en mí lo suficiente para causarme dolor, la invasión de ese pene erecto me producía algo parecido al terror, terror que aflojó un poco al enterarme de quién era el invasor. O Ramón me había engañado diciéndome que no podría visitar la finca en varias semanas o se le había presentado una oportunidad inesperada y nada previsible. Esteban continuó:
-Ya sabes cómo relajar del todo un esfínter. Yo le voy a chupar los pezones para ayudarte; tú sabes de sobra el modo de que no te tema y, en cambio, te desee desesperadamente. -Y acerándose a mi oreja, murmuró: -Tranquilízate, cariño, y disfruta.
Estaba rozándome la oreja izquierda con sus labios y me pareció que soplaba al mismo tiempo, lanzándome ondas cálidas. En algún momento creí que podía gritar como un loco, porque todo comenzaba a parecerme insoportable. Se puso a besar mis cejas con pasión y en seguida, sus labios recorrieron mis pectorales alternádolos con su lengua; jamás habría imaginado que lamidas y mordiscos en mis pezones pudieran arrebatarme tanto.
Comencé a notar algo que demoré varios minutos en comprender. En los primeros instantes, creí que el agua tibia saltaba y salpicaba reiteradamente entre mis glúteos, pero se trataba de algo mucho más cálido y corpóreo. Entonces, caí en la cuenta de que las manos de Ramón apretaban mis caderas. Comprendí que eran sus labios y, poco después, su lengua, con los que se puso a invadirme de modo muy suave, pero el
metisaca fue acelerándose conforme él advertía que yo separaba un poco las piernas sin que mediara mi voluntad, hasta que la endurecida lengua me penetró como si fuera un pene muy pequeño, pero aguzado, cálido y juguetón. Al comprenderlo, dejé de sentir miedo, aunque ahora me cuesta mucho entender mi conducta durante aquella noche; no me es posible evocar la herida de la culpa o si pensaba cualquier cosa, si me hacía preguntas ni si sentí algo que no fuera satisfacción. Como si mis nervios y mis resortes eróticos funcionasen independientes de mi voluntad, noté que mi esfínter comenzaba a dejar de resistirse y que, por comparación, la holgura del ano de Esteban no me pareció anormal, mientras la lengua entraba más y pareció que mis reflejos deseaban que la penetración fuese todavía más profunda, lo que era imposible. Se trataba solo de una lengua y notaba los labios apretar fuertemente alrededor del esfínter, como si quisieran aspirarlo. Mi erección había recuperado la dureza, al tiempo que Esteban aceleraba sus embestidas contra mis caderas. Comencé a sentir una especie de huracán de placeres inesperados.
-Ahora se ha empalmado otra vez, Ramón. ¡Qué maravilla! Espera un poco para intentar penetrarlo de nuevo, pero despacio y con cuidado, porque tengo unas ganas inmensas de correrme. Y tú, Pablo, relájate todo lo que puedas y no pienses más que en destrozarme por dentro, porque vas a probar el placer más grande del mundo. Nunca vas a olvidar esta noche, ni a mi hermano ni a mí.
Sentí que la lengua era sustituida por algo duro, pero no era el pene de Ramón, cuyo grosor recordaba bien. Se trataba de un dedo, que entró del todo. Ramón lo movió en círculo durante más de un minuto hasta que me di cuenta de que otro dedo trataba de entrar. Lo hizo algo menos fácilmente, pero cuando ya estaban dentro los dos y acompasaron el movimiento circular, noté que mis músculos se relajaban aun más e involuntariamente empujé los glúteos hacia atrás. No sabía en aquel momento describir lo que estaba ocurriendo en los nervios del interior de mi ano ni las sacudidas arrebatadoras que se convertían en escalofríos en mi nuca y espalda. Sin habérmelo planteado ni reflexionar, deseaba que esos dos dedos entrasen más aun, porque ya no había rastros de dolor ni rechazo, sino ramalazos de un desconocido regusto. Pero un tercer dedo se les unió, y ahora tuve un ligero dolor, que Ramón debía de haber previsto, ya que empezó a lamerme el cuello y las orejas de modo apremiante, muy gratificante y reiterado. Al mismo tiempo, como si Esteban hubiera recibido una señal, me mordió los labios y recorrió todo mi rostro a besos. Recuerdo que, algunos momentos, me alcanzaba la idea de que Esteban me amaba de verdad, lo que me producía perplejidad y temor inconcreto.
Ahí, venció mi miedo la idea de que no podía sentir más placer, pero me equivocaba. En ese momento todos mis esfínteres debían de ensancharse como si trabajase una placentera broca de carne, puesto que sentí la poderosa erección de Ramón penetrarme del todo casi de un solo golpe, y aunque consideré que iba a producirme dolor y apreté los párpados, y hasta mi garganta pareció que lanzaría un quejido y un grito, nada de esto sucedió. Me llenó de estupor notar que la poderosa polla de Ramón pulsaba puntos de mi interior que vibraban como música celestial. Ya no quedaba nada que me produjera desagrado. Notaba la descomunal y extravagante erección de Esteban en mis abdominales, y no me importaba. Veía sus gestos de delirio, y no sólo no me desagradaban sino que me puse a empujar cuanto podía, para aumentar su placer. Los besos de Ramón en mi nunca se aceleraron, lo que me anunció que iba a llegar el orgasmo. En cambio, no presentí el mío. Creo que me tensé un poco por temor a que Ramón no llevase puesto un condón y soltase el semen dentro de mí, pero mi cuerpo tomó su propio derrotero. Como si me agitara una ventolera, todo mi cuerpo comenzó a estremecerse. Mi subconsciente me avisó de que un condón había retenido el semen de Ramón, pero mi vientre, mis abdominales y mis muslos sólo podían temblar como un diapasón.
Contra mis expectativas, deseé que todo volviera a suceder cuanto antes. Y se repitió tres veces esa misma noche.
El día que llegó mi familia temí durante un momento que descubriesen cambios en mí. Pero el único comentario que hubo en mi presencia fue el de mi tía:
-Vaya, se ve que estos dos han conseguido entenderse estos días que han pasado aquí juntos
FIN.
Autor: Ciriaco.