Después de leer algunos relatos, admito que muchos me gustaron y me motivaron a contar mi historia con mi hijo. Es una historia más sobre la relación entre un padre y su hijo. Les debo reconocer que contarla es también una forma de desahogarme, porque es un secreto sólo de nosotros dos, y la mayoría de las veces he pensado que fue por mi culpa, pero eso se los dejo a criterio de ustedes.
Todo comenzó en el año 94, cuando yo contaba con 43 años de edad. Soy padre de tres hijos. Mi hijo mayor Rafa, y mis hijas Eva y Sofi, que en ese año tenían 16, 12 y 10 años respectivamente. Con mi esposa, Marcela, siempre tuvimos muy buen sexo. A pesar de ser muy reservada, logré que en la cama se desinhibiera al 100%. Encaminados los dos al placer y al disfrute de nuestros cuerpos, en ciertas ocasiones y a modo de estimulante, en nuestra particular aventura sexual, consumíamos pornografía. A fuerza de probar en libertad, ambos consensuados, conseguimos realizar algunas escenas inspiradas en cualquier película porno de las que habíamos visto a solas, los domingos por la tarde, cuando los niños la pasaban en casa de sus abuelos. Quizá esto último no signifique nada, sin embargo a mi mujer y a mi nos liberó de un montón de traumas generacionales, y así ambos nos considerábamos personas muy civilizadas, pero también personas sexuales, con sexualidad y deseo sexual del uno hacia el otro, fundamental para afianzar la pareja. Si el sexo con mi mujer era bueno, la vida sería mejor, y la relación en familia, fantástica... Por estas razones, yo consideré el sexo como algo tan básico en la vida, como el aire para respirar.
Pero una noche, haciendo el amor con Marcela, noté la puerta de nuestra recámara entreabierta y cuando enfoqué la mirada vi a mi hijo, que al instante desapareció. No le dije nada a mi mujer y al punto caí en la cuenta de que no había hablado de esos temas con él nunca. Tanto sexo practicaba en mi vida conyugal, que no casi no tuve tiempo para hablar de sexo con mi propio hijo. Así que al otro día convencía a mi mujer que llevara a las nenas de paseo, y dispuesto a asumir mi tarea paternal, esperé a mi hijo que llegara de la escuela, y nos sentamos a hablar. Empecé hablando pavadas, lo abrazaba cada tanto para darle confianza, y me animé a preguntar si tenia novia. Él, muy vergonzoso me dijo que no, que no le daban el apunte(1) las chicas que le gustaban, y finalmente me lancé a preguntarle si sabía de sexo. Fue un momento de verdadero apuro, me imagino que para los dos, pero una vez roto el hielo, me dijo que si, que algo sabía de sexo, por las charlas en clase de educación ciudadana, y esto nos llevó a profundizar en el tema.
Pero una noche, haciendo el amor con Marcela, noté la puerta de nuestra recámara entreabierta y cuando enfoqué la mirada vi a mi hijo, que al instante desapareció. No le dije nada a mi mujer y al punto caí en la cuenta de que no había hablado de esos temas con él nunca. Tanto sexo practicaba en mi vida conyugal, que no casi no tuve tiempo para hablar de sexo con mi propio hijo. Así que al otro día convencía a mi mujer que llevara a las nenas de paseo, y dispuesto a asumir mi tarea paternal, esperé a mi hijo que llegara de la escuela, y nos sentamos a hablar. Empecé hablando pavadas, lo abrazaba cada tanto para darle confianza, y me animé a preguntar si tenia novia. Él, muy vergonzoso me dijo que no, que no le daban el apunte(1) las chicas que le gustaban, y finalmente me lancé a preguntarle si sabía de sexo. Fue un momento de verdadero apuro, me imagino que para los dos, pero una vez roto el hielo, me dijo que si, que algo sabía de sexo, por las charlas en clase de educación ciudadana, y esto nos llevó a profundizar en el tema.
-Es bueno que sepas todo esto para que, cuando llegue el momento, sepas hacer el amor como me viste hacerlo anoche -le dije en el mismo tono de voz como si le estuviera enseñando la teoría para manejar un auto. Al punto me quedé en silencio. Aún no sé porque le dije eso. Simplemente surgió en un momento, sin pensar. Noté como el pobrecito se puso rojo y agachaba su cara, como avergonzado. Le abracé amorosamente para decirle que no se me enojara por eso, pero le recalqué que no estuvo bien espiarnos, a su madre y a mi en la recámara. Con voz entrecortada, hilvanó un torbellino de excusas, de las cuales, pude extraer lo típico. Al parecer, relató mi hijo, él sólo se levantó a orinar y a la vuelta nos escuchó, a su madre y a mi, haciendo el acto sexual. No pudo evitar detenerse frente a la puerta, que nosotros, incuatos, dejamos entreabierta. Ignoro qué vió exactamente y qué escuchó, aunque es fácil imaginárselo; no obstante, le insistí en que eso que fue lo correcto. Él solo asintió, y de repente me preguntó:
-Pa, ¿Por qué tu pene es tan grande?
Debo reconocer que Dios me privilegió mucho con el tamaño de mi pija. Todo lo que me falta en belleza y físico lo compensó con mi buen tamaño de pija. Era un hecho del cual uno no podía hacer gran cosa y había que asumirlo de la mejor manera posible, por más que mi esposa, ya de novios, se impresionara al verlo, en aquella tierna primera vez. Pero esa pregunta me había dejado atónito. Pese a todo no sabía qué responderle, y sólo logré decirle que cuando creciera él también iba a tener ese tamaño. No sé por qué razón, me dio mucha vergüenza y sofoco. Ya pronto cambiamos de tema y empecé a preguntarle por las materias, y dado que andaba medio flojo le prometí un premio que él me pidiera si lograba mejorar.
Trascurrieron los días con la rutina de siempre pero en mi cabeza sólo rondaba una pregunta. ¿Por qué mi hijo me preguntó por mi pija y no por las tetas o vagina de su madre? Pensaba en eso todo el tiempo hasta que empecé a sospechar que capaz mi hijo podía tener tendencia homosexual. Fue muy duro la verdad, porque no hubiera sabido cómo enfrentarme a ello ni en un millón de años. Como tenia un amigo psicólogo fui hablar con él, y ambos convenimos primero a esperar a ver qué indicios podría tener mi hijo para confirmarnos o no si era gay. Todas las aclaraciones que me hacía me chocaban mucho y me resultaban algo extrañas oírlas en boca de mi amigo psicólogo, pero de a poco me fui haciendo a la idea que si mi hijo era gay, lo tenia que cuidar. Estuve un tiempo molestándole con preguntas, cuyas respuestas me trajeran esas pistas que nos ayudaran a desvelar la ecuación, pero nunca él me decía nada. Siempre me acordaba que mi amigo me había dicho que me ganara su confianza, y que tratara de no tener tabú, ni manías con él si lo quería ayudar. No les niego que llegué a pensar en quién sería el primero que le rompiese el culo a mi hijo, si es que no se lo habían roto ya, como dando por hecho que mi hijo además de ser gay, gustaría de ser penetrado. Temía que el primero fuese algún degenerado, pero de algún modo me tranquilicé y le deje de perseguir con preguntas absurdas sobre sus gustos. Así fue hasta que un día que estábamos solos vino a mi y me abrazó.
-¿Que te sucede hijo? -le pregunté, extrañado.
-Nada, estoy triste.
-¿Por qué hijo? ¿Qué pasó?
-Hay una persona que me gusta mucho -contestó azorado- y no sé ni como decirle. Me da miedo que me rechace y que después lo ande contando.
Escuchar todo eso me dejó sin palabras. No sabia qué decirle. Me salía regañarlo, pero sabía que no podía hacerlo porque iba a perder la confianza que a golpes de insistencia me había ganado, pero como estaba sin saber qué decir, él sólo me dejó de abrazar y salió corriendo a su cuarto y ahí se encerró. Intenté detenerle pero no me hizo caso, hasta que caí en la cuenta de que me estaba enfrentando, como padre, a la primera crisis de adolescencia de mi hijo. ¡Qué incauto fui! ¡Y qué gil! No dejaba de pensar quién seria ese hombre... ¿Hombre? ¿Mi hijo con un hombre? ¡De ningún modo! ¡Sería con otro muchacho! Pero, ¿de verdad mi hijo era homosexual? ¿Y si acaso se estuvo refiriendo a una mina? El lío era tremendo, la necesidad de saber se me antojó más acuciante que la sed, y la curiosidad, insana y cruel. Asumiendo por fin que mi Rafa era un trolo(2), lo que me preocupaba más era cómo tenía que reaccionar yo cuando él me confirmara que de quién había hablado era un hombre. Respiré hondo y me fui para su cuarto. Le pedí que me abriera y luego de unos minutos me dejó pasar.
-¡Hijo! ¿Por qué te enojas así? ¡No me diste tiempo ni a reaccionar!
-¡Perdón pa, es que me da tanta vergüenza! -exclamó, monstrándome su rostro devorado por el rubor.
-¡Está bien! -exclamé- ¿Querés que hablemos bien ahora?
-¡Es que no sé! -exclamó, mi pobre hijito- ¡Creo que te vas a enojar!
Estuvimos deliberando si hablar o no, hasta que me cambió de tema, y me mostraba cómo había aumentado las notas. Se había zafado, por fin. No me quedó otra que felicitarle, y lleno de alegría le dije:
-Bueno, ahora tengo que cumplir mi promesa. ¡Vamos, así compramos lo que vos quiera!
-¡Papá, no hace falta! En realidad te quería pedir otra cosa!
-¿Qué hijo? Dime
-Si no te molesta quiero ver tu pene -dijo él. Me imagino que tuvo que recorrer a toda su sangre fría para cobrar el valor para decir esas palabras y atenerse a sus posibles consecuencias. Yo no lo supe aún, pero Rafael, mi hijo, me estaba sirviendo en bandeja lo que tanto me atormentó. Yo me quedé congelado. De nuevo, no supe qué decirle, pero él salvó la situación cuando exclamó escandalizado:
-¡Perdón papá, soy un desubicado! ¡Perdóname papá!
Y salió apurado de su cuarto, y yo, aunque la cabeza me daba mil vueltas, lo empecé a buscar, para decirle que no estaba bien eso que me dijo sobre ver mi verga y hablar claramente con él. Pero no estaba en la casa. Antes de que lo alcanzara, había tomado su bici y se había ido. De modo que mi hijo sólo quería ver mi pene. ¿Para qué? ¿Quería comparar mi pene adulto con el suyo? Supe que había algo más. De pronto se me abrió el Cielo en la Tierra y la revelación al poco me tumba. No me animaba ni a confesarle a mi amigo psicólogo, porque yo ya no quería confirmarle que mi hijo era gay. Y la razón era bien simple: mi hijo quería que yo le mostrara mi sexo porque mi sexo le excitaba. No cabía otra cosa. Ni siquiera aquella persona de la que antes me habló, si es que esta realmente existía. Este nuevo enfoque me provocó una lucha interna tan pero tan grande, que sentí como un nudo en mi estómago, transformándose la sensación en pánico. Llegó mi mujer con las nenas y se daba cuenta de que estaba muy distraído. En mi mente hasta me imaginé que mi hijo me chupaba el pene, como se chupa un pirulín. Y a mi hijo eso le excitaba y le volvía loco, porque esas son la clase de cosas que gustan a los homosexuales, como por chupar pijas, pongo por caso. Pero, ¿chuparle la verga a su propio papá? Y medio de tan extraña figuración yo mismo experimenté una tremenda erección, delatador bulto en mi entrepierna que no pasó desapercibido por mi mujer.
-¡Ya veo que hoy me extrañaste, mi flaco! -exclamó ella divertida- ¡Pero habrá que esperar a la noche.
Ni le contesté. Y pese a la grandeza de mi masculinidad, insinuada bajo la tela de mis pantalones, me sentí empequeñecer. Ahí me empecé a castigar a mi mismo por pensar esas cosas con mi hijo, y me sentí un necio. Trataba de tranquilizarme y pensar con lucidez para ayudarle, que era lo principal, y resolví que para salir de dudas de una vez por todas, habría que complacerle. Capaz si le muestro mi pija se asusta y no quiere conocer otra, me dije. Fin del asunto. Pero ¿por qué razón la idea de mi hijo saciándose de mi sexo me había excitado tanto? ¿De verdad que todo acabaría si le mostraba mi sexualidad a Rafael? No estaba seguro, porque, ahora que caigo... ¿Cómo pensar que era mi hijo quien quería mamármela? Bien podría ser yo quien lo deseara, y no él. Y de nuevo aquella extraña sensación en mi estómago, cómo un nudo que apretaba... Sentí la adrenalina correr disparaba por mis venas, presa de la exicitación porqué era yo, quien en el fondo deseaba que eso sucediera, y que me la mamara. Era yo quien de pronto y por alguna razón que no pude entender, quien sucumbía al morbo de que mi propio hijo me diera satisfacción oral, mamándome la pija. Una fiebre infinita se había apoderado de mi. Me descubrí pues con pensamientos homosexuales e incestuosos de una sóla vez y por primera vez en mi vida. Tuve que darme una ducha fría, como cuando era un pibe de secundaria, igual que mi hijo por aquel entonces. Y me acosté temprano, con un nuevo plan que ejecutar. Le enseñaría mi pija a Rafael, si eso para él era importante. Para mi desde luego lo era: sólo así me ganaría su confianza para que me desvelase sus preocupaciones, y del mismo modo, saber si le gustaban los hombres o no. Y punto. Más allá de eso, me prometí a mi mismo no tener pensamiento impuros o moralmente reprobables con respecto a mi, y alejé de algún modo cualquier pensamiento que involucrase una relación sexual entre los. Ya tendrás tiempo de contarle al psicólogo todas las novedades, pibe, me dije a mi mismo, incluyendo esas ideas raras e incestuosas... Esa noche cuando todos estaban durmiendo, por lo menos mis hijas, me dirigí al cuarto de Rafael. Entré sin llamar y le descubrí sin poder dormir, acostado en el lecho, leyendo un tebeo.
-Hijo -le dije- con respecto a tu premio lo tengo que cumplir, pero quiero que sepas que no esta bien que un padre haga estas cosas. Y mentalmente añadí: tampoco está bien que un padre piense esas otras cosas. Sólo lo hago para mantener la confianza que tenemos -continué hablándole- y que me prometas que no le vas a contar esto a nadie. Ni siquiera a tu madre.
Lo solté de un tirón y por alguna razón sentí que me quitaba un peso de encima. El asintió y fue en ese momento cuando me sentencié a una morbosidad impresionante. Parado frente a él, con mis piernas bien separadas y ambas manos sobre mis caderas, sólo faltó que algún hipotético pero demoníaco técnico de sonido, hubiera puesto en el estéreo la canción de la película Nueve semanas y media. Mientras iba bajando mi piyama, veía su cara de ansiedad increíble, y eso me excitaba. El bulto de mi masculinidad había regresado. Sus ojos se abrían enormemente cuando me bajé el slip y extrañamente perdido sólo deseé que me la chupara, arruinadas todas mis defensas.
Y cuando le mostré mi pija, aún no se por qué, me le acerqué más, como indicándole que la tomara. No me sorprendió que me preguntara si la podía tocar, y yo sólo asentí y cerré los ojos. No podía ni quería verlo, aunque si sentirlo. Y sentí su como su hermosa mano la iba tocando, acariciando suavemente. Yo por dentro explotaba presa de un nuevo placer. No podía evitarlo, hasta que sentí que me empezó a masturbar y, de repente, volví a la realidad, presa del pánico. Sin querer asustarle le dije, por decir algo, que me iba por si se despertaba su mamá. Él me sonrió y me dio las gracias. Yo salí rápido porque si me quedaba un segundo más no iba a poder resistir las ganas de... ¿Cogérmelo? ¿A mi propio hijo? ¿Pero quién diablos era un marica aquí? A mi me gustaban las minas, qué joder. No que un muchacho me sobara el pene. Aquello era sin duda una abominación. Caí en la cuenta de que aquella mano, la de mi hijo, fue la primera mano masculina en toda mi vida, sin contarme a mi mismo, claro, que alcanzó a sobetearme la pija. Lejos de sentirme ni culpable, ni atormentado, dejé que la ola de deseo sexual me alcanzase de lleno. De tan caliente que estaba la desperté a Marcela, y le hice el amor como cuando eramos jóvenes. No me importó un carajo que nuestros gritos y gemidos de placer se oyeran por toda la casa, y una sola imagen se materializó en mi mente cuando poseí a mi mujer: mi hijo se estaba masturbando oyéndonos.
Y cuando le mostré mi pija, aún no se por qué, me le acerqué más, como indicándole que la tomara. No me sorprendió que me preguntara si la podía tocar, y yo sólo asentí y cerré los ojos. No podía ni quería verlo, aunque si sentirlo. Y sentí su como su hermosa mano la iba tocando, acariciando suavemente. Yo por dentro explotaba presa de un nuevo placer. No podía evitarlo, hasta que sentí que me empezó a masturbar y, de repente, volví a la realidad, presa del pánico. Sin querer asustarle le dije, por decir algo, que me iba por si se despertaba su mamá. Él me sonrió y me dio las gracias. Yo salí rápido porque si me quedaba un segundo más no iba a poder resistir las ganas de... ¿Cogérmelo? ¿A mi propio hijo? ¿Pero quién diablos era un marica aquí? A mi me gustaban las minas, qué joder. No que un muchacho me sobara el pene. Aquello era sin duda una abominación. Caí en la cuenta de que aquella mano, la de mi hijo, fue la primera mano masculina en toda mi vida, sin contarme a mi mismo, claro, que alcanzó a sobetearme la pija. Lejos de sentirme ni culpable, ni atormentado, dejé que la ola de deseo sexual me alcanzase de lleno. De tan caliente que estaba la desperté a Marcela, y le hice el amor como cuando eramos jóvenes. No me importó un carajo que nuestros gritos y gemidos de placer se oyeran por toda la casa, y una sola imagen se materializó en mi mente cuando poseí a mi mujer: mi hijo se estaba masturbando oyéndonos.
El orgasmo fue brutal.
Al otro dia me invadió la culpa. Me creí un degenerado. No podía dejar de pensar en escenas amatorias todo el tiempo con él. Y algunas escenas, eran como las que hacíamos mi mujer y yo. Me sentí indefenso, frente al acecho de la locura, y marqué el número de mi amigo el psicólogo como siete veces. Por suerte aborté la comunicación al primer tono de llamada. Pasó como una semana que de nuevo nos quedamos solos en la casa haciendo tareas de hombres, o eso decía mi mujer cuando se refería a asuntos tales como cortar el cesped del jardín, o ordenar nuestro garaje de cachibaches. Por su parte Marcela dedicó la tarde a hacer cosas de mujeres: rebajas en los grandes almacenes. Entre olores de humedad y grasa de motores, el garaje se me antojó como santuario, o como el lugar más lógico en el que podrían reunirse padre e hijo. Yo le esquivaba, pero él se animó y me dijo:
-Pa tengo una duda ¿Vos largas la leche media aguada? ¿O te sale bien blanca como en las películas pornos?
Como si aquella pregunta fuese de lo más cotidiana entre un padre y su hijo, yo con toda la seguridad le dije:
-¡Es normal que te salga así, cuando sos más grande vas a ver que te sale blanca!
Habló la veteranía y la voz de la experiencia.
-¡Aaaah! -exclamó- ¿No me mostrás como es la tuya porfa?
Aquello parecía un mal chiste.
-¡Jajajajaja! -reí- ¿Qué… querés que me haga una paja al frente tuyo?
Y de pronto, se materializó aquel mágico instante en que, parado frente a mi hijo, él me manoseó la verga.
-¡Si, yo te ayudo como el otro día! -exclamó él animado, como si me hubiera leído el pensamiento.
-¿Hijo, en qué momento te volviste tan osado? ¡No esta bien que hagamos eso!
Fue inevitable ocultar un tono de reprimenda en mi voz. ¿Pero a quién estaba yo culpando de hacer cosas que no son correctas si acá éramos los dos? ¿Acaso yo no me había dejado hacer? De pronto mi hijo, que estaba sentando a mis pies, ordenando una vieja y grasosa caja de herramientas, se levantó enojado y abandonó el garaje. Fui tras él y le seguí hasta su habitación y le regañe por su actitud.
-¡Sólo quiero saber algunas cosas y vos siempre pones un pero! -exclamó. Además, ¡Si ya sabés que esto queda sólo en nosotros dos!
Intenté calmarlo y cuando lo logré le dije
-¡Bueno, está bien bebé! Si es lo que querés nos hacemos una paja los dos y comparamos. ¿Si?
La alegría que le otorgué era inexplicable. Llamó mi esposa, Marcela, y dijo que llegaría tarde. El universo paracía conspirar para nosotros, padre e hijo. Cerré bien toda la casa y nos fuimos prestos a mi recamara. Ya ahí Rafa había puesto en el videocassette una de mis películas porno, que se ve que sabía muy bien dónde estaban escondidas. Yo no necesitaba estímulos porque estaba caliente, por demás este pendejo me traía loco. Fuere lo que fuere aquella locura, era imposible de acallarla ni reprimirla. Ya no podía negármelo. Me desnudé y me acosté su lado empezando mi trabajo de masturbación, sobándome mi propia pija, frente al televisor, cuando de repente escucho que Rafa me dice:
-¿Puedo tocarla un ratito porfa?
Asentí con la cabeza, y le dejé hacer preguntándome si sentiría lo mismo que la otra vez. Para mi sorpresa, la sensación regresó aumentada por el buen saber hacer de mi hijo. Era muy bueno pajeando. El nudo en mi estómago apretó bien fuerte, y la adrenalina corrió de nuevo, desbocada, por mi sangre caliente, sangre que mantenía dura y erecta mi verga. La agarraba suave y la soltaba. Apretaba y soltaba, arriba y abajo. Me decía a mi mismo, ¡cómo me calienta tu mano la puta maaadreeee!… ¡Cómo me pajeaba!
En un instante muy preciso cerré los ojos e hice mi cabeza para atrás cuando empecé a sentir su lengua por la cabeza de mi pija. Me quede así, gemiendo y gozando mi primera mamada homosexual. La culpa no podía más que el placer que estaba sintiendo. ¡Esa boca tibiecita, esa lengua que pasaba por todos lados! Aprovechaba mi precum para hacerme delirar del placer mientras sentía como mi pija latía dentro de esa boca, que chupando se deleitaba con todo mi liquido pre seminal. Y de pronto, empiezo a sentir que se me contaren los huevos violentamente...
En un instante muy preciso cerré los ojos e hice mi cabeza para atrás cuando empecé a sentir su lengua por la cabeza de mi pija. Me quede así, gemiendo y gozando mi primera mamada homosexual. La culpa no podía más que el placer que estaba sintiendo. ¡Esa boca tibiecita, esa lengua que pasaba por todos lados! Aprovechaba mi precum para hacerme delirar del placer mientras sentía como mi pija latía dentro de esa boca, que chupando se deleitaba con todo mi liquido pre seminal. Y de pronto, empiezo a sentir que se me contaren los huevos violentamente...
-¡Guarda que ahí termino! -exclamé en voz entrecortada.
Justo deja de chuparla y los primeros chorros fueron para su cara y el resto a mi pecho y abdomen. Grité con furia al correrme. Y después, aturdido, me incorporo sobre el lecho y lo veo con los chorros de mi leche en su cara y me dice:
-¡Perdón, traté de tragarla más cuando te veniste, pero es muy grande! ¡No pude, Pa!
-¡Hijo, no tenias que hacerlo! -exclamé recuperándome del orgasmo.
-¿No te gustó? ¿Lo hice mal?
-Todo lo contrario. Me encantó. Pero...
Y en eso escuchamos entrar el auto de mi mujer y ambos nos pusimos en modo pánico. Salimos corriendo, pero me percaté que los chorros de semen que tenía en su cara. Se lo hago saber en voz susurrante y él se los untó con los dedos y se los llevó a la boca.
-¡Corré al baño, ya Rafael! -exclamé.
Y permanecí en el cuarto sin saber qué hacer. Estaba mas caliente que nunca, tenia la pija todavía dura y sólo deseaba calmarme de una jodida vez.
Autor desconocido.
Autor desconocido.
Fin 1º parte.
1 -Dar o llevar el apunte: Prestar atención, hacer caso.
2 -Trolo: Expresión soez y peyorativa para referirse a un hombre homosexual
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Extraido de Relatos Para Hombres.
Este relato es una edición especial para Sin Manías del relato titulado Morbo por el culo de mi hijo.
Haz click aquí para leer la segunda parte.
Si el autor del relato es seguidor de Sin Manías, ruego se ponga en contacto con nosotros para dar crédito a su relato. Umbral_1@yahoo.es
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Extraido de Relatos Para Hombres.
Este relato es una edición especial para Sin Manías del relato titulado Morbo por el culo de mi hijo.
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Si el autor del relato es seguidor de Sin Manías, ruego se ponga en contacto con nosotros para dar crédito a su relato. Umbral_1@yahoo.es